Obligar a los ciudadanos a participar en las elecciones es como los patos disparándoles a los escopetas.
Un grupo de individuos que ostentaban el poder, en busca de nuevas “conquistas democráticas”, proclamaron el voto obligatorio para los ecuatorianos mayores de edad en 1945. Así, aquellos que gobiernan gracias a nuestros impuestos toman decisiones a partir de lo que les parece. Cabe preguntarnos si realmente es la mejor opción, o, una vez más, es el Estado entrometiéndose en lo que no le corresponde y violando nuestras libertades.
Para muchos el voto facultativo representa un riesgo en democracias débiles. Temen que gane el populista, el más carismático o el menos apropiado. Temen que la falta de educación e interés política de los ciudadanos acabe o perjudique gravemente a la democracia. Sin embargo, nuestro escenario actual no difiere en gran medida de aquel temido.
Además, el voto obligatorio brinda un camino fácil a los políticos y a los candidatos. En las condiciones actuales, los candidatos no idean cómo convencernos para salir de nuestras casas.
Es suficiente con que los escuchemos, nos atraigan y nos resulte popular su cara en la papeleta. Sí, por eso hay tantos personajes de televisión y farándula como candidatos.
Llevamos más de setenta años obligados a participar en el proceso electoral. Nuestra democracia sigue débil e inmadura, los ciudadanos siguen tan apáticos como antes. Nos queda claro que el sistema ha fracasado en la creación de una ciudadanía más comprometida con los procesos electorales.
Es probable que el voto facultativo promueva la participación ciudadana y electoral. Cuando lo que motiva no es una obligación, por el contrario, un verdadero deseo de participar, acceder a mecanismos de participación y de información no es un inconveniente. Además, la obligación oculta una necesidad, la participación electoral está garantizada por el Estado. Sin embargo, la necesidad es la participación electoral de calidad y aquello queda sin relevancia.
El carácter represivo del voto obligatorio, no sólo hace más fácil la vida de los políticos ni ha fracasado en su objetivo de concientizar, sino que se ha convertido en la excusa perfecta para cometer abusos contra los ciudadanos. El uso del tiempo personal o, en caso de no asistir, la multa correspondiente reflejan la obtención coercitiva de recursos, que a muchos les parece absurdos.
El panorama político y electoral actual en el Ecuador es un claro ejemplo de porqué debemos dejar de poner todo en manos del Estado. Es primordial cuestionar las obligaciones que el Estado cree necesarias. Tenemos que creer en nosotros y en nuestras capacidades, es momento de soltarnos de su mano y empezar a caminar nosotros solos. Es hora de darnos una oportunidad.