top of page

La batalla perdida contra la corrupción


Humala, Da Silva, Villar, Rouseff, Kirchner, Temer, Glas: ¿Qué tienen en común estos apellidos?

La evidente relación –salvo, tal vez, su “ideología” - gira en torno a una palabra, corrupción. Los apellidos mencionados son los que he podido recordar en un minuto, y que han sido noticia durante los últimos tres días por estar vinculados a, como lo especifica la RAE, “prácticas consistentes en la utilización de las funciones y medios de aquella en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores”. En otras palabras, estas personas (presumiblemente, en algunos casos) han obtenido un beneficio que no les correspondía.

El 2017 será recordado por cómo la corrupción marcó la agenda de las organizaciones internacionales, acaparó los titulares de los medios de comunicación y matizó toda conversación de actualidad. El 2017 será recordado como el año en el que la corrupción fue descubierta compartiendo cuarto con altos mandos y mandamases no solo de la política sino de actividades tan “nobles” como el fútbol o hasta la religión (Panama papers, FIFA gate, Odebretch).

Por todas estas personas e instituciones vinculadas a actos de corrupción durante el 2017 (y aún no acaba el año) debemos seguir combatiéndola y redoblar esfuerzos, personal y gasto, para de una vez por todas, poder aniquilar este mal. Al menos, ese es el discurso que escuchamos año tras año como si de una guerra se tratase y en la cual todos deberíamos involucrarnos pese a que los resultados obtenidos, exceptuando casos como los antes enunciados, han sido paupérrimos.

Independientemente de si todos nos involucramos en esta “lucha” – sin sentido, desde mi punto de vista - el deseo de las personas es unánime, queremos ver a quienes cometen actos de corrupción pagar, y con creces, por todos los beneficios obtenidos de forma fraudulenta. Algo que muy pocas veces sucede. No obstante, la condena de nueve años de prisión a Lula es un gran avance.

En el campo político vemos cómo personas investigadas por actos de corrupción pretenden, sin vergüenza alguna, ser candidatos presidenciales. Evidenciamos cómo personajes políticos, otrora homenajeados por quienes ahora los condenan, viajan al extranjero apenas horas antes de que su labor sea investigada y sometida a juicio. Tan acostumbrados estamos a la corrupción que la hemos adoptado como algo normal, como parte de nuestra “cultura”. Dicho sea de paso, no sé qué clase de cultura estamos impartiendo y enseñando para alcanzar estos niveles de resignación.

Es evidente que si la “lucha” contra la corrupción fuera efectiva, la mayoría de países en latinoamérica sufriría de un déficit profundo de espacio en sus cárceles.

La lucha contra la corrupción es una batalla perdida y no hemos sido lo suficientemente inteligentes para cambiar la estrategia e intentar ganar esta guerra. Una muestra de la contundente derrota antes mencionada se encuentra en una frase de extrema resignación y desesperación: “todos los gobiernos han robado pero al menos éste ha hecho alguna obra”. Es decir, nos alegramos parcialmente de haber recibido una parte (mínima en la mayoría de casos) de todo lo que, a través de la corrupción, se han llevado.

La corrupción es un efecto, no una causa. Aseverar (de manera criolla) que todos los gobiernos han robado nos muestra claramente que el problema se encuentra en el sistema, en la estructura, en las raíces. ¿Cómo pretendemos tener un gobierno honesto si las condiciones para gobernar permiten y generan efectos como la corrupción? La corrupción no causa desigualdad ni pobreza. La corrupción no es una institución o una persona que se vale por cuenta propia. Es un fenómeno, como lo identificó Mises, que se alimenta de procesos, negociaciones, burocracia e intereses.

La batalla contra la corrupción estará perdida mientras no la comprendamos en su verdadera magnitud. Es preciso identificar sus causas y debatir cómo debe ser abordada, para apuntar al blanco correcto.

Mises lo plantea de forma clara: “La corrupción es un efecto regular del intervencionismo”[1] y debemos aclarar que se presenta tanto en el sector público como en el privado, aunque ambos requieren distintos análisis. El intervencionismo es el punto de partida para poder entender realmente la corrupción y, por ende, las posibles alternativas para su solución.

Libre Razón examinará la dinámica de la corrupción para conocer las falencias del sistema actual e identificar alternativas y soluciones. Nuestro objetivo es exponer una perspectiva diferente que promueva iniciativas políticas con resultados más efectivos.

[1] Acción Humana volumen 3 pag 736 Ludwig von Mises

33 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo
bottom of page