La solución no es cerrar las puertas, es abrirlas mucho más.
Más de 17 mil venezolanos han ingresado al Ecuador durante los últimos tres año y han hecho de este su país de residencia . Ante esto, muchos ecuatorianos muestran resistencia a pesar de que, para nosotros, migrar era una de las opciones más favorables hace pocos años.
Mientras que nos quejamos de su llegada por miedo a perder nuestros empleos y pedimos al gobierno que tome cartas sobre el asunto, ignoramos que los supuestos problemas que se le atribuyen a la abundante inmigración son, en realidad, producto de la deficiente gestión gubernamental y la falta de oportunidades en nuestro país.
Cada vez es más común encontrar a un venezolano atendiendo en un restaurante, en una tienda, o incluso instalados en las esquinas con aguas, chocolates, caramelos, arepas o cualquier otra cosa. Muchos de ellos tienen títulos profesionales, o posgrados, y aún así apuestan por trabajos inferiores a su nivel de educación.
Ellos lo perdieron todo y, para partir, vendieron las posesiones que les tomó años, sudor y esfuerzo conseguir; dejan amigos, familiares y todo lo que conocen por tratar de encontrar mejores días o, tan solo, sobrevivir.
Es fácil para nosotros decir, en la calle o por medio de redes sociales: “que se queden en su país”, “vienen acá para quitarnos el trabajo”, o “ya es hora de que el gobierno haga algo para impedir su ingreso”. No obstante, descuidamos que ellos escapan del deterioro que causó un gobierno populista, autoritario y corrupto que no fue detenido a tiempo.
Las altas tasas de desempleo e informalidad, así como los pocos incentivos económicos, son problemáticas que Ecuador acarrea hace muchos años por la mala gestión de los gobiernos que ampliaron la injerencia del estado en la vida de sus ciudadanos.
Muchos ecuatorianos tuvieron que migrar a otros países, como Estados Unidos, España e Italia, luego de la hiperinflación y la fuerte crisis financiera ocasionada por el mal manejo de la moneda y los incentivos perversos que el estado creó alrededor del sistema financiero en la década de los 90, como los privilegios que las instituciones financieras disfrutaban a través del paternalismo que ejercían los gobiernos.
Fenómenos migratorios similares al de Ecuador y Venezuela han ocurrido alrededor del mundo y en muchas ocasiones han sido producto de crisis económicas o políticas.Por ejemplo, el tema migratorio es ampliamente discutido en Estados Unidos por ser el destino deseado para cumplir ‘el sueño americano’. Los efectos económicos negativos y la amenaza a la seguridad son las preocupaciones más comunes de quienes promueven las políticas antimigratorias.
No obstante, la inmigración no es la causante de esas problemáticas, solamente intensifica las debilidades ya existentes del sistema político y financiero. De hecho, a través de los años, no se ha encontrado evidencia que relacione directamente a la migración con efectos negativos al país receptor ni a quienes habitan en él.
Por lo tanto, no soluciona en nada pedir a los gobiernos que cierren la puerta a los migrantes para proteger nuestro empleo. En mi opinión a los gobiernos del mundo, en especial al ecuatoriano, hay muchas otras cosas más urgentes, más importantes y más eficientes que pedirles.
Como mencioné antes, realmente no hay estudios determinantes que indiquen que la migración por sí sola cause efectos negativos, porque es solamente un aumento en la densidad poblacional. Es como decir que tener muchos adolescentes ingresando en el mercado laboral es lo que les está quitando el empleo a las personas mayores y, aunque lo parezca, el aumento del número de personas no debería ser un problema.
Si bien “Ecuador es de los ecuatorianos”, no tienen por qué unas líneas imaginarias separarnos entre individuos y negar la posibilidad de darnos una mano, mucho menos cuando ese no es el problema que aqueja a nuestro país.
Es de cierta manera comprensible desear que no ingresen más personas al mercado laboral en un país con tan pocas oportunidades como el ecuatoriano, pero estas pocas oportunidades se deben al sistema en el que nos encontramos inmersos. Nuestro sistema político-económico ahuyenta la inversión privada nacional y extranjera, le pone trabas al emprendimiento y el comercio, lo cual no nos permite mejorar notablemente nuestras vidas.
La solución no es cerrarles la puerta a los migrantes, eso sería solamente una medida parche, algo así como: “ponerle una curita a una hemorragia”. Lo que debemos hacer es abrirle las puertas al desarrollo; abrirle las puertas al mundo, al comercio, a la inversión y al emprendimiento.
En lugar de pedir a los gobiernos que cierren las fronteras, exijamos apertura y libertad económica y comercial. Aboguemos porque nos dejen trabajar en libertad y dejar el rumbo de nuestras vidas en nuestras manos, que nos dejen más dinero en nuestras manos y dejen de alimentar al estado, que nos dejen ser los protagonistas de nuestros sueños. En otras palabras, que disminuyan su poder sobre nuestras vidas.
Con esto, no solo tendremos más oportunidades y más bienestar para nosotros, sino también para nuestros hermanos venezolanos que tanto nos necesitan en este momento. Si apostamos por un país más próspero y de más oportunidades, también seremos un destino deseado y propicio para inversión y trabajadores extranjeros.