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Los villanos del medio ambiente


Las crecientes preocupaciones por la contaminación, los efectos del cambio climático, la extinción de especies nos ha llevado a pensar que los seres humanos somos como un cáncer para el planeta. Sin embargo, el impacto de la humanidad en la naturaleza es similar al impacto que cualquier otra especie tiene en su entorno y los riesgos ambientales no necesariamente desaparecerán o se controlarán efectivamente por medio de la regulación.

Los primeros movimientos ecologistas o conservacionistas comenzaron a aparecer hace poco menos de dos siglos, a medida que la industria, la productividad y la economía empezaron a crecer con mayor rapidez. La exigencia por medidas y controles que aseguren el futuro de la Tierra empezó a aumentar, curiosamente, o a pesar de, que a la par la calidad y expectativa de vida también ha crecido hasta el día de hoy.

Como consecuencia, cada 10 años aproximadamente, se vaticina el fin de la humanidad alegando a la escasez de recursos propicios para nuestro consumo. Previo y a inicios de la revolución industrial, las ideas maltusianas, por ejemplo, suponían que el alimento sería insuficiente para una población que crecía exponencialmente. Como la historia lo demuestra, el ingenio del ser humano junto con el decreciente crecimiento poblacional nos llevaron, al contrario, hacia mayor desarrollo.

Esto nos demuestra que los profetas del fin del mundo no consideran o no le dan el valor que se merecen a las características innatas de los seres humanos –su creatividad, la búsqueda por la eficiencia de los recursos y algunas veces incluso por simples y vanos fines lucrativos –.

Ahora bien, tenemos dos caminos para reducir nuestro impacto ambiental y sus efectos: comportarnos como el villano de la película y exterminar a la mitad de la población o permitir que los individuos libremente mejoren su productividad. En otras palabras, la dinámica de creación e innovación en una economía libre lleva a generar bienes y servicios cada vez más eficientes, más amigables con el ambiente y más adecuados para su fin, a la vez que se busca utilizar recursos más abundantes y renovables.

Por lo tanto, las políticas públicas que buscan prevenir los daños ambientales pueden, en realidad, resultar contraproducentes. La adquisición de maquinaria y el inicio de nuevos negocios –emprendimientos e ideas innovadoras– será más costoso y más largo debido a las regulaciones, por ende, será más complicado que las empresas puedan optar por tecnologías cada vez más limpias y eficientes.

Muchas políticas públicas ignoran dos pilares para reducir nuestro impacto ambiental: la productividad y la riqueza. Permitiendo menor consumo de recursos tanto materiales como energéticos se puede incrementar la productividad y, al dar las facilidades para adquirir mejores tecnologías, se promueve la generación de riqueza. De nuevo y en breve, la mejor vía para alcanzar estos dos pilares es por medio de menor intervención gubernamental y mayor apertura a los mercados.

De hecho, en los países donde existe más prosperidad son aquellos donde se han desarrollado cada vez mejores tecnologías para reducir el impacto ambiental de las diferentes actividades productivas. No obstante, esto les fue posible luego de un constante crecimiento económico, que les permitió acumular riquezas para poder solventar los gastos que requieren tanto la investigación como la adquisición de dichas tecnologías.

Me parece oportuno enfatizar, que la investigación no solo es necesaria para generar tecnologías productivas –y hacerlas más accesibles –sino también para resolver los impactos que puedan causar las distintas actividades productivas. Por ejemplo, se puede desarrollar mejores mecanismos de limpieza, mejor manejo o reutilización de residuos, diferentes fuentes de energía y demás.

Los bloqueos comerciales –barreras a la exportación e importación– también ocasionan prácticas negativas con el ambiente. En América Latina, por ejemplo, muchos productores no cuentan con las tecnologías más actuales o tienen pocas oportunidades para elegir maquinaria o productos que sean más ambientalmente amigable. Al mismo tiempo, todos nos encontramos atados a consumir productos mucho más caros de empresas poco productivas sin poder tener la oportunidad siquiera de premiar –con nuestras compras– a las empresas que se han preocupado por mejorar su producto o servicio acorde con una conciencia ambiental.

Debemos recordar que el comercio no sólo trae consigo bienes y servicios, sin más. Con estos, también viene una cantidad considerable de información, tanto a través de sí mismos como de posibles inversores extranjeros interesados en producir desde nuestro país para el mercado nacional o para exportar. Aquella información nos permite conocer productos o servicios que no sabemos que existen, métodos de producción, tipos de certificación, ingredientes, cadenas logísticas y productivas, etc.

La competencia, la globalización, la libertad económica y social vuelven a ser un factor importante para fomentar buenas prácticas empresariales, promoviendo el bienestar de todos los individuos, incluso los más pobres, sin necesidad de una legislación que restrinja y entorpezca el comportamiento del mercado y los individuos que lo conforman.

Fuente:

[1] https://humanprogress.org/article.php?p=467

[2] https://news.un.org/es/story/2010/09/1201621

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