"De la misma manera en que recibimos la mayor parte de los servicios mutuos
que necesitamos, por convenio, trueque o compra, es esa misma inclinación
a la permuta la causa originaria de la división del trabajo." - Adam Smith
Desde muy jóvenes, hemos escuchado a nuestros padres o abuelos decir que “el que mucho abarca poco aprieta”, dándonos a entender que debemos enfocar nuestros esfuerzos en una sola actividad. Caso contrario, terminamos haciendo un poco de todo y, por ende, mucho de nada.
Hace más de dos siglos, Adam Smith y Jean Baptiste Say —por mencionar dos de miles de economistas— nos mencionaron los grandes beneficios de la especialización del trabajo. La mejor manera de perfeccionar una actividad y ser más productivos es que cada quien se dedique a lo suyo. Esto, eventualmente, nos permitirá ganar mucho más dinero, debido al alto nivel de productividad.
La especialización del trabajo también se traduce a las empresas. La gran mayoría de las empresas tienen una “propuesta de valor” que les distingue de la competencia. Aunque produzcan lo “mismo”, especializan sus productos o servicios, posicionan su marca y estandarizan los procesos aprovechando la economía de escala (la especialización) de otras empresas para abaratar costos y ser más competitivos.
Lo mismo sucede cuando un profesional independiente ingresa en el mercado laboral y quiere ganar relevancia entre sus competidores. Adquiere nuevos conocimientos y experiencia para destacar. Ahora bien, por alguna extraña razón, lo que aplica a nosotros como individuos y a las empresas no aplica a la visión de país.
Creemos que Ecuador tiene que producir de todo, creemos que Ecuador tiene que ser una potencia turística, agrícola, audiovisual, publicitaria, tecnológica, biológica, petrolera, minera y podríamos continuar con muchos más ejemplos. Esta creencia solo demuestra una cosa, no tenemos ni idea de cuál es el verdadero potencial de nuestro país.
Este fenómeno ocurre por dos razones:
1. Infantilización de la sociedad
En algún momento, comenzamos a creer que todos nuestros caprichos se tienen que cumplir y, lo que es peor, es que esa creencia va ligada con que el Estado tiene que asegurarse de que así sea.
Es decir, si yo quiero ser un cantante, el Estado tiene que garantizarme que las personas me escuchen; si quiero ser cineasta, debe asegurarse de que tenga trabajo; si quiero ser un gran programador, tiene que darme dinero para que pueda hacer realidad mis aplicaciones; si quiero ser taxista profesional; tiene que prohibir servicios parecidos al mío.
Muchos ciudadanos se han convertido en el hijo caprichoso, consentido y berrinchudo, cuyo padre no tiene los recursos suficientes para darle sus gustos, pero que es capaz de sacrificar a sus otros hermanos con tal de mantenerlo feliz.
Esta distorsión que se ha creado en la sociedad, producto de un Estado paternalista y alcahueta, ha provocado que cada vez más sigamos al pie de la letra lo dicho por Frédéric Bastiat: “El Estado es la gran ficción a través de la cual todo el mundo trata de vivir a costa de todos los demás”.
2. Proteccionismo
La infantilización de la sociedad ecuatoriana no ha podido resultar en otra cosa que en un “saqueo recíproco”, también mencionado por Bastiat, y donde podemos citar parte del ensayo de Tom G. Palmer, La Tragedia del Estado de Bienestar:
“El agricultor exige un subsidio para sus cultivos, lo que se produce a expensas de los contribuyentes que trabajan en la industria automotriz; las automotrices y los trabajadores de esa industria exigen “protección” frente a las importaciones más accesibles, así como rescates para las empresas que quebraron. Las restricciones comerciales aumentan el precio de los vehículos para los agricultores y los rescates de las automotrices aumentan los impuestos que pagan los agricultores. Los trabajadores de la industria automotriz son saqueados para beneficio de los agricultores, y los agricultores son saqueados para beneficio de los trabajadores de la industria automotriz.”
Además, estos privillegios nos causan un gran daños a todos los que no pertenecemos a sus negocios, obligándonos a consumir productos que en libertad probablemente no lo hiciéramos porque no satisfacen nuestras necesidades.
El proteccionismo no solo obliga al consumidor a adquirir algo que no necesariamente es lo que más le conviene —algo profundamente inmoral—, sino que destruye lazos que podríamos estar fortaleciendo con ciudadanos de otros países y culturas para fomentar la paz y la prosperidad entre naciones.
Como si esto no fuera demasiado, también nos arrebatan la oportunidad de tener información extremadamente valiosa, como:
Cuál es el sector más sano para invertir nuestros recursos (económicos y humanos)
Qué es lo que realmente el mundo necesita de nosotros
Qué es lo que se está produciendo en el mundo y que nosotros podemos innovar
Cómo logran hacer esos productos
En qué podemos mejorar
Mientras el mundo sigue su marcha, en Ecuador, aún estamos tratando de descubrir el agua tibia. Mientras los ecuatorianos tratamos de armar carretas, en el mundo ya existen los autos autónomos.
Ser todólogos también perjudica a los consumidores. Compramos productos y servicios que quizá no los adquiriríamos en un marco de libre comercio. También nos arrebata la creatividad y nos hace invertir recursos de forma ineficiente. Sin la necesidad de esforzarnos lo suficiente, nos hace creer que somos buenos en algo que probablemente no lo somos: nos hace creer grandes cantantes, grandes artistas, grandes taxistas, grandes ingenieros, grandes agricultores, pero solo porque “en tierra de ciegos el tuerto es rey.”
Necesitamos confiar en nosotros, competir con el mundo y luchar por sobrevivir en el mercado. Dediquemos nuestros recursos en algo que hacemos bien y dejemos de desperdiciar tiempo y dinero, propios y de los demás, por mantenernos viviendo en una ilusión, en una ficción, perjudicando a millones de individuos.