Han terminado las elecciones y el voto popular adjudicó, con una diferencia reducida sin duda, la dignidad presidencial a Guillermo Lasso, escogiéndolo por sobre su contrincante, el correísta Andrés Arauz.
De Lasso se puede hablar mucho y muchos lo harán. Los sectores más afines a su tendencia personal e institucional procurarán alinearse y proyectarse en él, mientras que sus opositores buscarán encontrar sus vínculos, financistas e intereses más allá del sano servicio a su patria chica.
Para mí, sencillamente, su victoria significó paz. No es una sensación de alegría y fiesta como se vio en las calles, tampoco de preocupación o beligerancia como se notaba entre las redes de quienes no comparten sus posturas. Es sencillamente la sensación de alguien que termina un proceso y siente que hay un pequeño espacio de respiro antes de iniciar uno nuevo.
No puedo negar que existen cosas con las que yo mismo me alineo con el presidente electo de mi país, así como otras con las que no. Hacerlo no sería ni genuino ni consistente con mi carácter. Tampoco es momento de iniciar críticas porque su gestión no ha iniciado y su victoria se siente, para mi, como para muchos, como una dispersión de energía y de tensión acumulada por mucho tiempo.
La democracia en las repúblicas hispanoamericanas es un fenómeno interesante: no es plena, no permite una participación orgánica de individuos o cuerpos intermedios y, en muchos casos, demuestra la existencia de la ley de hierro de la oligarquía, representada por los partidos, además de servir como fórmula política para legitimar el ejercicio del poder por estos grupos.
Lasso, innegablemente, participó y se benefició de este sistema: por ello ahora fue electo presidente. Pero Lasso también se opuso a lo que este modelo representa, y su labor de campaña tuvo que enfocarse mucho en ello. No solo se trataba de estar en contra del correísmo y del ejercicio autoritario del poder político que representó, con su respectiva perdida de libertades, sino que también tuvo que ganarse el apoyo popular de una nación con la que no es tan fácil conectarse desde el pedestal al que llegó a través de su propio trabajo duro y mérito.
No quiero sonar como un partidario ciego del nuevo líder del ejecutivo de mi país, sino como un observador crítico pero razonable, que admira desde cerca, pero también desde fuera, el resultado de casi 10 años de carrera política de alguien que antes era banquero, pero ahora apunta a ser estadista.
Habrán diferencias en un futuro, y esas diferencias tendrán que ser explicadas y discutidas, desde la inteligencia, el respeto y la altura de quienes nos consideramos, más que de derecha, personas derechas.
En este momento, al igual que yo, muchos finalmente sentimos que podemos exhalar y ver con agrado por los resultados obtenidos por Guillermo Lasso. Eso nos motiva a seguir trabajando desde los espacios en los que cada uno de nosotros opera, tanto para apoyarlo y eventualmente asesorarlo y a su gente cercana, como para criticarlo y buscar corregir los errores que pueda demostrar.
En el fondo, todos los que lo apoyamos buscamos que esa paz que nos ofreció su victoria sea la constante en su gobierno y que este represente más que un tiempo estratégico entre el fin de una era autoritaria y el inicio de otra. Igualmente, esperamos que Dios pueda inspirar su labor de gobierno y que su periodo en el poder sirva como cimiento para una auténtica contrarrevolución, que regrese al orden y que permita el desarrollo orgánico de las estructuras e instituciones propias de una sociedad sana, libre, integrada en su espíritu y en su destino.
Estas son solo las reflexiones que se hacen desde la paz posterior a su victoria electoral, y antes de regresar al ruedo de la vida diaria. Podrán no ser mucho, pero provienen de la sinceridad de alguien que se alinea pero también se abstrae de la ideología que ha guiado a Lasso y a sus colaboradores por tantos años.
Y ciertamente, no puedo esperar más. Lasso nos trajo finalmente paz después de casi una década y media de abuso primero e ineficiencia al final. Su futuro, y el de nuestra patria local, son historias que le tocarán escribir con la tinta de su trabajo y con la pluma de su virtud, bajo la mirada atenta de quienes lo vemos y tomamos nota para inspirarnos o evitar sus errores. Pero ya llegará ese tiempo.
Por ahora, solo nos queda respirar y agradecer la paz que Dios y el pueblo trajeron a este país a través de su elección.
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