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La larga tradición de las revoluciones y el liberalismo


"La libertad es un regalo divino." - Dennis Diderot, autor y compilador de la Enciclopedia

‘Revolución’ tiene significados que evocan un cambio profundo en muchas áreas del saber. En matemáticas, física y ciencias exactas, ese cambio se muestra como un retorno al origen. En historia, política, economía, derecho y todas las ciencias sociales, la revolución suele significar un giro profundo de las instituciones y del pensamiento de quienes las componen.

Lamentablemente, la palabra 'revolución' ha tomado un color muy rojo desde que la izquierda política la tomo allá por finales del siglo XVIII. Primero fueron los jacobinos franceses, republicanos, regicidas y terroristas (en el sentido de usar el terror como herramienta de control del poder político). Luego fueron los reformistas e independistas durante el ciclo revolucionario de 1830, seguidos por los primeros movimientos obreros que se embebían de socialismo y anarquismo incipientes en el ciclo revolucionario de 1848.

La asociación final entre revolución y socialismo llegó con la muy bien nombrada Revolución Rusa de 1918, que en unos cuantos meses cambio al Estado más grande del mundo de una retrasada autocracia feudal a una república aristocrática y, finalmente, a una dictadura del proletariado y de la inteligentsia (el término ruso para la élite educada que dirigía a las masas).

Aun así, para todos nosotros, la revolución no podría significar más que una lucha constante por derechos y libertades, por mantener un statu quo donde el ser humano pueda desarrollarse y vivir en paz, buscando su felicidad. La revolución, en esencia, entendida como esa vuelta total que cambia el orden y se adecúa a los clamores de la sociedad, no puede ser sino una institución liberal por excelencia, pues corresponde a la manifestación política más pura de la libertad intrínseca a cada individuo.

Las revueltas y revoluciones que han sacudido Europa y posteriormente todo el mundo bajo influencia europea siguen un mismo patrón, uno que enfatiza el rol del pensamiento liberal o proto-liberal frente a los abusos y los excesos del poder, de la forma que este se manifieste. La Revuelta Campesina que surge de la Reforma Protestante es un primer gran ejemplo, donde los más humildes seguidores de Lutero, interpretando su pensamiento, fueron más allá de una simple protesta contra la potestad de la iglesia de vender indulgencias. Entonces, se revelaron abiertamente contra la institución feudal, denunciándola como un atentado a su propia libertad espiritual.

La Revuelta de los Países Bajos, liderada por el protestante holandés Guillermo de Orange, también se moldeó de acuerdo con principios proto-liberales, cómo la defensa de una libertad particular, la de culto, con las antiguas tradiciones y derechos feudales que regían a los Países Bajos. Este levantamiento político, militar y religioso representó en su momento el ejemplo de lucha contra el poder abusivo de un Estado confesional y absoluto. Su consecuencia sería la independencia de la República neerlandesa, que en pocos años de convertiría en una potencia económica, comercial y marítima, fundada en principios republicanos, capitalistas y mercantiles.

En las islas británicas, a principios del siglo XVIII, otra revolución tuvo fundamento en ideas ilustradas, y aquí ya liberales per se: la llamada Revolución Gloriosa fue la acción conjunta entre un Parlamento protestante que, inspirado en el principio contractualista de soberanía popular de Locke y Rousseau, asumió el poder de elegir a su monarca e invitó al otro neerlandés, Guillermo III de Orange, un descendiente de Guillermo el Taciturno y un protestante tan ferviente como la población británica, para que los gobernara.

Estos mismos principios ilustrados y liberales, que se difundirán a lo largo del siglo XVIII con la Enciclopedia de Diderot –que buscaba, sin duda, liberar el conocimiento y hacerlo accesible a todos–, serán la chispa del pensamiento que impulsará una de las mayores revoluciones de la Historia, la Revolución Francesa. Aquí se aplicarán radicalmente la separación de poderes, la soberanía popular, la democracia consultiva y otros fundamentos de nuestros Estados liberales modernos. También aquí la primera izquierda política surgirá, retorcerá y abusará del conocimiento ilustrado y del poder al que habían logrado acceder con Maximilien de Robespierre y los jacobinos, empleando por primera vez el terrorismo de Estado para mantenerse como autoridades dictatoriales.

Al otro lado del Océano, y encabezados por terratenientes y militares hartos de la carga impositiva de la metrópoli británica, una revolución verdaderamente libertaria separará a las 13 colonias del Reino de Gran Bretaña e impondrá en los nacientes Estados Unidos una marca liberal que definirá su futuro hasta la actualidad, dejando un legado de lucha por libertades que ha marcado su historia y la del mundo entero. Su Constitución, su Guerra Civil y las innovaciones económicas en libre mercado que nos ha dejado han delineado a Occidente en los últimos 236 años.

Y de una revolución casi universal en Europa y la independencia de un Estado en América, surgió otro ciclo revolucionario: el de las independencias hispanoamericanas. En un territorio Americano tan integrado económica y culturalmente a la España peninsular, donde las ideas liberales e ilustradas corrían entre pensadores locales como lo hacían en la península, y en un Brasil donde la propia familia real se refugió, junto con académicos y sabios que los acompañaron desde Portugal.

En la América Hispana, personajes como Francisco de Miranda, Juan Pío Montúfar o José Joaquín de Olmedo –militares, terratenientes y comerciantes, todos influidos por la Ilustración liberal y las revoluciones Francesa y Americana– fueron dando forma a las gestas independentistas contra un Imperio dónde la inestabilidad y la ineptitud de los gobernantes estaban minando la gloria y el desarrollo que habían logrado con buena administración y defensa de las libertades locales y peninsulares.

Sin embargo, como la Historia depende en gran medida de las perspectivas, el elemento liberal de toda revolución y especialmente de las guerras de independencia en Hispanoamérica suele ser retorcido por la retórica de la izquierda, que eleva a la posteridad a caudillos y represores, cómo Bolívar y San Martín, que incluso se retractaron al ver que la libertad por la que peleaban en apariencia se perdió con una independencia balcanizada y mediocre.

Figuras liberales, que representaron las ideas y principios de libertad que nos guían hasta la actualidad, fueron usuales y adoptaron papeles menos protagónicos pero igual de importantes en la causa revolucionaria. El paralelismo que encontramos entre líderes como José Joaquín de Olmedo y Thomas Jefferson, hombres cultos, claramente ilustrados y liberales, se nota al compararlos como padres fundadores de los Estados Unidos y de la Provincia Libre de Guayaquil.

Las revoluciones clásicas, verdaderas luchas por la libertad de individuos y Estados que dieron forma al mundo y se determinaron por el pensamiento ilustrado y por un liberalismo inminente, son los ejemplos que debemos tomar en cuenta en el activismo y en la difusión de ideas de libertad. Así como a lo largo de los años tantos hombres y mujeres dieron su alma y su vida por las causas liberales por las que pelearon, nosotros debemos valorar y repetir su sacrificio a favor de un mundo más libre y más justo, un mundo verdaderamente revolucionario donde la libertad sea la fuerza que guíe nuestros pasos.

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