Como decía Frederic Bastiat: “La solidaridad es voluntaria o no lo es, decretarla es aniquilarla”, pero no es aquí donde muere esta historia.
Hace algunos días, en un círculo de debate, el profesor universitario – experto en el tema a tratar - comentó que el nivel de solidaridad en Canadá era muy alto. Lo decía porque a su hermano, que vivió un tiempo allá, le regalaron una cama y estuvo a punto de recibir un televisor. Concluyó que “por eso son un país de primer mundo”.
Los latinoamericanos asumimos que nuestra “cultura” es la culpable de todo lo malo, y pueda que haya algo de razón en esto. Al final del día, nuestras ideas son las que construyen sistemas que incentivan el comportamiento de una u otra manera.
En el caso de la “falta de solidaridad”, creo que se pueden tocar dos puntos que me parecen fundamentales el primero es que no podemos ser solidarios si no tenemos dinero en nuestros bolsillos y el segundo es que estamos mal acostumbrados a pensar que el Estado debe hacer las cosas por nosotros.
En economía hay algo que se conoce como la utilidad marginal decreciente, que básicamente se refiere a que los bienes escasos los utilizaremos en aquello que valoramos más. El tiempo y el dinero son bienes escasos, y para ser solidarios, muchas veces necesitamos de ambos.
Entonces es muy probable que con más dinero y más tiempo a disposición de las personas habrían muchas más de ellas dispuestas a ser solidarias, pero, para todo esto y más, tienen que cambiar nuestras ideas.
En la actualidad todo queremos adjudicarle a los gobiernos repitiendo frases como esta: “es que el gobierno debería…” o “si el gobierno interviene…”. Sin embargo, quienes debemos hacer algo somos nosotros.
Los Estados no producen nada, se mantienen por medio de la recaudación de impuestos. Es decir, viven del dinero que tenemos y ganamos. Entonces, a medida que les exigimos más funciones ellos cobran más impuestos, lo que se traduce en menos dinero dentro de nuestros bolsillos. Y con menos dinero, hay menos incentivos para ser solidarios.
Además, cada vez que el gobierno asume nuestras responsabilidades, descuidamos la necesidad presente en nuestro entorno. La solución de los gobiernos, muchas veces ineficiente, nos vuelve más apáticos y justifica nuestra inacción.
Para lograr personas más comprometidas, para lograr mejores sociedades, para lograr mejores ideas, y, en definitiva, para tener un mundo mejor debemos devolver la responsabilidad a los individuos. Un gobierno por más grande que sea y por más impuestos que recaude no soluciona los problemas, si nosotros no estamos comprometidos y quienes reciben la ayuda no forman parte del proceso.
Tomemos consciencia de que los impuestos no son un acto de solidaridad, puesto que esta debe nacer de manera libre y voluntaria.