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Ecuador sin propósito


Nos encontramos pagando las consecuencias de un gobierno, un partido y un ex jefe de Estado que pretendieron coordinar y planificar la vida de los ecuatorianos, desde lo que podíamos decir y lo que no hasta cómo educar a nuestros propios hijos.

Nos encontramos pagando las consecuencias de no tener una clase política formada y haber permitido la eliminación de todos los partidos políticos y, por ende, haber mermado la calidad de democracia.

Nos encontramos pagando las consecuencias del conformismo, por permanecer cómodos con un Estado sobreprotector y populista. Estamos pagando las consecuencias de querer ser iguales sin importar los distintos niveles de esfuerzo y trabajo que cada uno de nosotros dedicamos para alcanzar lo que deseamos.

Nos encontramos pagando las consecuencias de los varios bostezos que como sociedad nos permitimos dar ante el atropello continuo de nuestra libertad. Estamos pagando las consecuencias…

Nos encontramos pagando las consecuencias de no discutir, de no cuestionar. Estamos pagando las consecuencias de la información que nunca llegó a destino, de la información ocultada, del secretismo. Estamos pagando las consecuencias de un gobierno que subestimó la inteligencia y valentía de las personas. Estamos pagando las consecuencias de las decisiones emocionales y no pensadas.

Nos encontramos pagando las consecuencias de no saber a dónde vamos, no conocer nuestro rumbo y no tener un propósito claro. Estamos pagando las consecuencias de esperar por un Cincinnatus, un independiente (outsider),una persona desprovista de ambición personal que salve y corrija el panorama del Ecuador, pero eso sí, manteniendo todas las prestaciones sociales y haciendo de nuestra vida una vida más cómoda.

Y es que llenar nuestras vidas de amor, abrazos y teorías cuánticas nunca podrá reemplazar un propósito. Combatir a la corrupción nunca será un propósito mientras sigamos alimentando los canales por los cuales las personas se corrompen. Eliminar la desigualdad nunca será un propósito mientras no entendamos que siempre obtendremos resultados diferentes al de otras personas, en lo que hagamos. Eliminar la violencia nunca será un propósito mientras sigamos entregando privilegios a diferentes grupos que no quieren que hagan lo mismo con sus pares.

La institucionalidad de un país nunca será un propósito mientras la constitución sea interpretada a conveniencia de ambiciones particulares cada dos por tres. El buen vivir nunca será un propósito mientras no comprendamos que la felicidad de cada persona no puede ser determinada por un tercero y menos aún por un gobierno.

El propósito de un país debe pertenecerle a su gente. Un propósito no debe ser impuesto, no debe obligar ni debe disponer. El propósito les pertenece a los individuos, es decir, cada uno de nosotros debe tener la esperanza de alcanzar un propósito propio que genere felicidad, una verdadera felicidad bajo la visión personal más no de terceros.

Todo esto mientras un gobierno genera condiciones básicas para que cada persona busque, identifique y se decida a perseguir su propósito. Cuando entendamos que el propósito lo construimos todos nosotros empezando por el propósito individual, con errores y equivocaciones en el camino, podremos recuperarnos de las consecuencias de este último tiempo y de una vez por todas hacernos responsables, no solo del presente, sino también del futuro.

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