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La libertad no se enseña, se vive.


Una mañana de noviembre del 2017 me encontré con 20 o tal vez 30 jóvenes en Bolivia, específicamente en Santa Cruz de la Sierra, en un salón de hotel con el único objetivo de hablar sobre libertad y el rol que la juventud está adoptando ante este tema. Los jóvenes ahí presentes no solo venían de distintos países o estudiaban diferentes carreras, sino que representaban diversos sectores u organizaciones, así como ideas. Era un grupo diverso y asumí (erróneamente) que, al estar conformado por jóvenes, este sería complejo, difícil de entender y cada uno velaría por sus intereses.

Y discutimos, pero sobre todo escuchamos, debatimos y nos llegamos a conocer. Entendimos que compartíamos ideas y experiencias. Entendimos que nos encontramos en situaciones similares y en países que están luchando por tener más libertad. Venezuela, Bolivia, Ecuador, Haití, Argentina y varios países más. Coincidimos en que la juventud debe afrontar los retos en estos países y que, primero, debe comprender el alcance de la libertad, lo que implica y cómo la ciudadanía se hace responsable por su camino y futuro cuando existe libertad. Tras la UDL logramos, no solo comprender un poco más el concepto de libertad, tras la UDL logramos vivirla.

Durante tres días rescatamos costumbres y tradiciones, durante tres días forjamos un grupo de jóvenes. Y nos despedimos. Algunos con tristeza y pesar, pero todos cargados de entusiasmo y proyectos regionales para difundir nuestras ideas, defenderlas y convencer a la gente que no es necesario tener un presidente que permanezca en el poder toda su vida o que un gobierno debe encargarse de todo el funcionamiento de un país. Nos despedimos solo para transmitir lo que el grupo nos dejó, la lección de que la juventud puede ser la responsable de construir una sociedad más libre.

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