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Los curas aprenden a usar Facebook


La caricatura de una autora ecuatoriana (Vilmatracas) fue reportada en una red social hace pocos días. En consecuencia, la publicación se dio de baja, censurando la opinión y la libertad de expresión de una artista. La caricatura apuntaba dardos claros y punzantes a la institución que cuenta con la mayor credibilidad en el país, la iglesia.

El hecho no generó la preocupación que, a mi entender, merece y es motivo para recordar algunos hitos recientes de la iglesia y sus seguidores. No es necesario retroceder en el tiempo más de dos siglos para encontrar algunos pasajes históricos que demuestran cómo la iglesia actuaba —y aparentemente lo sigue haciendo— ante cualquier idea o crítica que vaya en contra de sus creencias o conveniencias.

Ahora se trata de una caricatura, pero en el siglo XIX fueron libros los que se quemaron en hogueras y muchos otros se prohibieron en el índice de Libros Prohibidos. Al estilo de la Alemania nazi, que mandó a la hoguera libros de Hemingway y otros autores en un acto que popularmente se denominó el bibliocausto, la iglesia también quemó toneladas de libros dando excesiva "autoridad moral" a ejecutores como Anthony Comstock.

De acuerdo a Werner Flud, esta autoridad moral se fundamentaba en que "la iglesia se consideraba una institución creada por Dios para conducir a la humanidad a la gloria eterna. De ahí que estuviera obligada a eliminar cualquier obstáculo o peligro que se interpusiera en ese camino y fuera potencialmente peligrosos para los creyentes”.

En los tiempos modernos, parece irrisorio que este tipo de prohibiciones o censura ocurran. Sin embargo, estamos siendo testigos de cómo —pese al obsceno flujo de información, del internet y de las redes sociales— existen formas para callar los pensamientos de la gente. Se torna más grave cuando esta expresión plasmada en una caricatura solo refleja hechos comprobados, irrefutables y hasta condenados por la misma iglesia. La intención de la caricatura es hacernos reflexionar no sobre la religión en sí, sino sobre el actuar de quienes son los responsables de esta institución.

Pese a toda la negra historia de la iglesia, de sus prohibiciones y de la censura impuesta, esta institución no comprende que la libertad es el único camino para depurarla. La iglesia necesita de la opinión y de la crítica. La iglesia no necesita seguidores cegados por fanatismos o convicciones que no les permita ver lo que ocurre. La iglesia no puede permanecer en el siglo XVI, cambiando las hogueras por las computadoras.

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