Rusia y la Unión Europea se disputan el futuro de Bielorrusia
El apodado “último dictador de Europa”, Alexander Lukashenko, quien ha gobernado Bielorrusia por 26 años, enfrenta una crisis de legitimidad y masivas protestas desde que resultó reelegido para un sexto período el 9 de agosto. Con el 80% de los votos a su favor, la oposición considera que fue una elección fraudulenta.
El resultado de los comicios fue reconocido por el gobierno ruso de Vladimir Putin, el gobierno chino de Xi Jinping y el régimen de Nicolás Maduro. Debido a este escenario complejo y agitado, en el que destaca la persecución política, la candidata de oposición, Svetlana Tikhanovskaya, decidió partir al exilio en Lituania.
Svetlana, quien fue aupada por una coalición de oposición, prometió una transición a la democracia, en la que ella gobernaría nueve meses hasta convocar nuevas elecciones y, en ese período de transición, liberaría a presos políticos y organizaría elecciones limpias y trasparentes.
Ante el incremento de las protestas contra el gobierno, que ha congregado a más de cien mil personas, las fuerzas policiales bielorrusas han intentado reprimir las mismas, dando como resultado más de seis mil detenidos.
“Por primera vez bajo esta dictadura, los bielorrusos han podido ver que la oposición representa una inmensa parte de la población”, afirma Ian Vásquez, director del Centro para la Libertad y la Prosperidad.
El presidente ruso Vladimir Putin advirtió que está dispuesto a enviar efectivos policiales a Bielorrusia si las protestas se vuelven violentas.Sin embargo, añadió, en una entrevista transmitida el jueves, que por el momento no es necesario y expresó la esperanza de que la situación se estabilice en el país vecino.
Por otro lado, los resultados de las elecciones fueron rechazados por la Unión Europea, que está preparando un paquete de sanciones contra altos funcionarios del gobierno bielorruso y, además, instaron a Lukashenko a dialogar con la oposición.
Éste, por su parte, se niega a hacer la más mínima concesión y denuncia un complot occidental para derrocarlo, alegando que su deposición sería un mecanismo para debilitar a Rusia.
En los últimos días, distintos analistas han discutido que, la coyuntura presente en Bielorrusia, podría ser un paralelismo de lo acaecido en Ucrania en 2013, cuando el “Euromaídan” —una serie de manifestaciones que culminaron en la defenestración del líder prorruso Víktor Yanukóvich— instaló un gobierno proeuropeo; a lo cual, el Kremlin reaccionó con la anexión de Crimea.
Arturo Moscoso, abogado y politólogo, señala que, si bien ha habido una amistad entre Putin y Lukashenko, últimamente sus relaciones se han tensado debido a apoyos arancelarios que han sido restringidos por parte de Rusia.
Para Carlos Barragán, articulista de El Confidencial, los resultados de las protestas podrían tener mayor similitud con lo sucedido en la revolución Armenia en 2018. Barragán argumenta que, en medio de las “protestas contra el gobierno armenio, Rusia decidió no intervenir militarmente. Los manifestantes consiguieron el propósito de un cambio de líder, pero las relaciones con Rusia se mantuvieron intactas y Putin se lleva bien con el nuevo primer ministro, Nikol Pashinyan”.
El analista de política internacional Nicolás de Pedro apunta que ninguna de estas dos opciones está sobre la mesa para Moscú, ya que, en Bielorrusia no existe la misma afinidad prorrusa que, en efecto, sí había en ciertas regiones de Ucrania.
“Asimismo, ni la cercanía étnica ni la posición geográfica de Bielorrusia facilitan que el Kremlin adopte un enfoque” parecido al ejecutado en Armenia hace dos años. Lo que sí es seguro, sostiene Nicolás de Pedro, es que Rusia no contempla la posibilidad de perder Minsk por nada del mundo.
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