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Política Internacional Latinoamericana: ¿Cómo construirla?



 

Desde la formación y fundación de las repúblicas latinoamericanas a partir del siglo XIX, la política exterior de cada una de ellas ha sido de carácter reactivo y con la finalidad de “sobrevivir”.


Desde la formación y fundación de las repúblicas latinoamericanas a partir del siglo XIX, la política exterior de cada una de ellas ha sido de carácter reactivo y con la finalidad de “sobrevivir”. Dicho de otro modo, la toma de decisiones gubernamentales respecto a las relaciones con otros Estados ha ocurrido con base en las necesidades coyunturales, tales como la protección de los territorios y el reconocimiento de la soberanía dentro del sistema internacional, pero sin una proyección a largo plazo cuyo objetivo sea, mediante la implementación de políticas homogéneas entre las naciones de la región, situar a Latinoamérica como un bloque sólido y autónomo.


Esta ausencia de unidad en la planificación de una política internacional latinoamericana, y sobre todo de sostenibilidad, es un reflejo de la disyuntiva respecto al significado de "ser autónomos" y cómo lograrlo. Tal situación es un conflicto heredado de la etapa independentista donde el escenario político de la región -aunque parezca irónico- se caracterizaba por tener como principales adversarios a las capitales de los virreinatos y las provincias vecinas, en lugar de la metrópoli. Por ejemplo, los primeros polos políticamente autónomos, esto es, con capacidad de autogobernarse, reaccionaron de manera divergente ante la represión; es decir, mientras algunos decidían integrarse a un conjunto más amplio y fuerte como la Gran Colombia, otros dictaminaron ser más "independientes" del virreinato que de la metrópoli. En consecuencia, cabe preguntar en el siglo XXI, ¿cuál será el destino de América Latina? Y, para intentar responderlo es inevitable examinar, desde una perspectiva latinoamericana actualizada, la definición de "autonomía" y la viabilidad del multilateralismo como un medio para alcanzarla.


Respecto a la “autonomía”, Actis y Malacalza (2020) explican que la visión de América Latina sobre la misma se ha centrado en situarla como la "fuente del poder". En otras palabras, a diferencia de las potencias que han medido su poder según el grado de influencia que poseen sobre otros Estados, las naciones latinoamericanas han considerado hasta la actualidad el nivel de independencia para tomar decisiones sin injerencia extranjera y la disposición de cooperar con otros Estados de forma responsable y comprometida, como la base para ser autónomos y situarse como un bloque del Sur global que pueda consolidarse y distinguirse dentro del sistema internacional. Sin embargo, comprender cuál es la perspectiva latinoamericana sobre dicho asunto no permite determinar en su totalidad un plan de acción conjunto sobre política internacional que sea indispensable para afrontar los desafíos del siglo XXI.


Por ende, los autores plantean la necesidad de construir una autonomía en la "resiliencia", mas no desde la tradicional "resistencia". Es decir, tomar decisiones proactivas y flexibles según temas específicos por medio de un pensamiento estratégico que contemple la aplicación de la diplomacia de nichos o 3M (multidimensional, multiactorial y multinivel) y la utilización de las instituciones regionales existentes. En síntesis, debido a que la política global se construye con base en cambios desordenados, es preciso que la "autonomía" se adapte a ellos. Por lo tanto, para que Latinoamérica alcance la deseada "autonomía”, debe primero analizar los distintos escenarios regionales e internacionales para así, determinar las opciones de política exterior y ejecutar resoluciones pragmáticas.


Por otro lado, en la relación con el multilateralismo, Juan Tokatlian (2020) sostiene que es evidente la transformación actual del poder dentro del sistema internacional, siendo este fenómeno un reflejo del desgaste normativo e institucional del multilateralismo tanto regional como internacional. Puntualmente en América Latina, el autor argumenta que la acción multilateral ha sido conducida por un "instinto" fundamentado en la búsqueda de la defensa, el cual se ha manifestado en las organizaciones del sistema interamericano, tales como la Organización de Estados Americanos (OEA) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). En consecuencia, Tokatlian (2020) propone el "minilateralismo" como una alternativa más adaptable a los menesteres latinoamericanos del siglo XXI, en lugar del característico y fallido multilateralismo. Es decir, identificar aquellas cuestiones precisas que afectan a toda la región, y que, por lo tanto, requieren de la participación de cada uno de los países que la conforman para establecer lazos de cooperación a largo plazo.


En conclusión, América Latina debe construir nuevos cimientos para emprender una política internacional consecuente con los cambios globales que a su vez le permita transformar su habitual rol de "subalterno" frente a la comunidad internacional, en un papel más protagónico en la toma de decisiones. Tales cimientos requieren de dos pilares que, a pesar de no ser perfectos e inmediatos, marcan una ruta de acción alterna que desafía los paradigmas anteriores: la "autonomía resiliente" para prever, adaptarse y planificar, y el "minilateralismo" para empezar a actuar.

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