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Errores democráticos y el voto obligatorio


Imagine que está a punto de tomar el examen más importante de su vida, con la peculiaridad de que el resultado no depende de la decisión que tome para contestar las preguntas sino del conjunto de respuestas de todos sus compañeros de clase. Exactamente lo mismo ocurre cuando vamos a elegir a nuestros nuevos gobernantes.

El futuro no dependerá exclusivamente de usted sino de la decisión de todos los electores, sin importar que tan bueno sea su candidato o lo profundo de su análisis electoral.

En el ejemplo del examen, imagine que el profesor al ver lo delicado de la situación decide proponer dos opciones: la primera, que el examen sea obligatorio para todos los alumnos y por ende la calificación esté atada a lo que mayoría responda. La segunda es permitir que el examen sea facultativo, permitir que aquellos que no estudiaron se abstengan de tomarlo y la responsabilidad sea de los alumnos que se sientan lo suficientemente preparados para obtener la mejor calificación.

En el caso ecuatoriano los votantes que saben poco o nada de política representan el 74.8 % del electorado, mientras que los que saben mucho apenas son el 6.9 %. En el caso del examen es fácil deducir que si el examen lo realizan quienes se sienten muy preparados la calificación será mayor. En las elecciones, de igual forma, es probable que se elija al candidato más idóneo si acuden voluntariamente a las urnas ese 6.9 % que se siente preparado.

El problema ecuatoriano no se limita al escaso conocimiento político de los electores, además se ve agudizado por preocupaciones de sus ciudadanos que están enfocadas lejos de los problemas centrales del país. Inaudito resulta que siendo considerado el veintiseisavo país más corrupto del mundo solo el 19% de la población se preocupe por este tema.

En los países donde el voto es facultativo grandes niveles de ausentismo representan un castigo al sistema político en su conjunto al reflejar el descontento generalizado de la población con todas las opciones que figuran en la papeleta. En Ecuador el ausentismo, por más descontento que exista, suele ser relativamente bajo debido a que no presentarse el día de la elección acarrea una costosa multa y una engorrosa situación burocrática. Sin el certificado de votación nos vemos inhabilitados de realizar casi todas las actividades diarias, desde un simple trámite bancario hasta la solicitud de contratación de cualquier servicio.

El voto obligatorio en Ecuador no limita su inmoralidad a impedir que los electores expresen su descontento absteniéndose de votar, pues también elimina de facto la posibilidad de anular o dejar en blanco la papeleta con el autoritario “Código de la Democracia”. Lo que determina al candidato ganador o la aprobación o no de un referéndum son los votos válidos, aquellos en los que el elector marcó con una X una de las opciones presentadas, relegando el nulo y blanco a una mera estadística electoral.

Si la inmoralidad de obligarlo a realizar una acción en contra de su voluntad o la de eliminar la abstención como legítima forma de expresión no son suficientes argumentos para convencerlo del sufragio facultativo, usted debería recordar que obligar a alguien a ir a las urnas no lo obliga a informarse antes por lo que casi siempre el voto obligado es un voto desinformado. Y ¿usted quiere correr el riesgo de permitir que el 74.6 % de los ecuatorianos que no estudiaron decida el resultado del examen más importante en la vida política del país?


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