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El liberalismo como alternativa al feminismo


El activismo por la libertad me empoderó y me abrió la puerta para enfrentarme al mundo, como mujer.

 

Tengo 21 años y una hija de 3, no tengo hermanos. Mi rostro asemeja menor edad y apenas mido metro y medio. He sido juzgada por estereotipos sociales, menospreciada y abusada por ser mujer y criticada por mis errores. Y sí, más de una vez me he sentido afectada por el simple hecho de mi sexo.

Cuatro años atrás, mi felicidad se definía por las mejores calificaciones y premios de buen rendimiento académico. Pero la vida no te prepara con clases para un examen y, muchas veces, no te da ni buenas calificaciones ni reconocimientos.

Un año después, a mis 18, una serie de circunstancias me condujeron al activismo por la libertad. Algunos de los factores fueron tomar las riendas de mi vida para guiar la de mi hija, salir de la monotonía del arrepentimiento, conocer la vida universitaria y a personas muy valiosas.

Todo eso me hizo darme cuenta la importancia de la libertad. Ser libre es ser independiente y responsable de tu vida, estar consciente que el principal actor en tu vida eres tú mismo. Por lo tanto, quien tiene la capacidad de forjar su destino y buscar su bienestar eres solamente tú.

No importa si eres hombre o mujer, joven o mayor, con mucho o poco dinero ni si representas a alguna minoría. En la vida nos enfrentamos a distintos retos, todos, sin discriminación positiva ni negativa. Y para todos existe dos caminos: victimizarse y solucionar de forma superficial o apropiarse del conflicto y solucionarlo desde la raíz.

Mujeres, es tiempo de dejar de victimizarnos y dejar de depender del Estado para que con sus leyes y sus privilegios nos brinde una seguridad superficial.

Si me dicen que todas las leyes que brindan derechos a las mujeres han sido exitosas, les doy un ejemplo contrario: para las mujeres en edad fértil es más difícil conseguir trabajo, porque la ley las “favorece” con tres meses de maternidad pagados, lo cual no les conviene a los negocios.

Proteger y garantizar “derechos” a ciertos sectores de la población es, en consecuencia, la reducción de libertades para otros. Y, la mayoría de veces, los resultados no son los objetivos planteados al implementar las normativas.

Una ley o un juez pueden hacer poco cuando una mujer esta aferrada a un hombre violento, pues, según ella – que tiene poca autoestima –, no habrá alguien más que la valore y no podrá hacer su vida lejos de él. Esa mujer necesita sentirse independiente, estar empoderada, saber lo valiosa que es. Y lo único que hace el Estado es decirle: tú eres vulnerable y por eso te protejo.

Una línea de buses solo para mujeres o manifestaciones numerosas con lemas como “Ni una menos” son soluciones parciales. Pero la ciudad y el país siguen siendo una amenaza para las mujeres. Porque en vez de empoderarlas social, económicamente y brindarles alternativas, simplemente les dan un lugar en el que pueden seguir soñando en su cuento de hadas.

A partir de mis vivencias y de mi pasión por la libertad, soy testigo que una mujer insegura de sí misma, por muchos recursos que tenga para reclamar sus derechos, no será capaz de fortalecerse. El feminismo es un círculo vicioso, porque genera más división y, a la larga, resulta en maltrato a los hombres.

Yo conocí lo hermosa que es la libertad y lo que se puede lograr siendo libre, eso me empoderó. Una mujer libre y empoderada sabrá que su límite no es junto a un hombre que la maltrate, sabrá cuántos hijos quiere tener o si los quiere, podrá tener el trabajo que quiera o emprender en un negocio, y no será víctima de manipulación por otros para lograr sus metas.

Una mujer libre y empoderada sabe que sus límites se los pone ella misma.


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