El empleo estatal y la contratación pública se financian con dinero de los contribuyentes
La vida cotidiana está llena de ejemplos muy claros e ilustrativos sobre nuestra realidad económica. Las situaciones más comunes, en las que menos pensamos, son las que ponen en evidencia la práctica de la economía por los individuos y la sociedad.
La siguiente historia es uno de esos casos:
Un pequeño empresario de alimentos posee varios carritos de snacks artesanales y los vende en la calle. Todos los días, él produce los snacks por su propia cuenta. Él genera riqueza con su labor, modificando recursos básicos, como harina y azúcar, en un producto más refinado que vende a un precio que le permita recuperar lo invertido y ganar una cantidad que represente lo que él cree que ha invertido en tiempo, ingenio y esfuerzo.
Este mismo empresario vive en una casa con jardín, por donde pasan algunas de sus tuberías subterráneas. Un día, habiendo contratado a un jardinero para que pode el césped, sucede un problema: la podadora rompió una de las tuberías. El empresario sabe que no es culpa del jardinero y le paga de todos modos. El jardinero, avergonzado por el incidente, le indica que su hermano es plomero y puede ayudarle.
El plomero es, a su vez, contratado por el empresario para arreglar la tubería dañada, pero no arregla adecuadamente el problema y tiene que ir varias veces a cortar, cambiar y conectar los tubos dañados, cobrando en cada ocasión. Mientras tanto, el empresario, que se ha distraído por el problema de las tuberías de su casa, ha perdido tiempo para dedicarse a su labor y esto ha tenido consecuencias económicas, puesto que ha perdido ingresos al no estar dedicado a su empresa.
Una vez que el problema de las tuberías se resolvió, el empresario no logró recuperar las pérdidas, mientras que el plomero ganó una buena cantidad de dinero por su arreglo. Viendo la conveniencia de la labor realizada, el plomero propone a su hermano jardinero sabotear más tuberías. A su vez, el plomero cobrará por varios días de trabajo y le dará una parte de lo ganado a su hermano por “el empleo que le está consiguiendo”.
El pleno empleo del keynesianismo versus la vida real
Esta historia presenta dos escenarios distintos: (1) el empresario que genera riqueza con su trabajo proporcionalmente relacionado con la riqueza que genera, y (2) el plomero que tiene ingresos mediante la extracción de la riqueza de quienes la generan.
Esta es justamente la situación del keynesianismo, sistema en el que interviene el Estado dentro de la economía de una sociedad. Los empresarios privados enfrentan muchas trabas para realizar su labor, trabas que casi siempre tienen su origen en la intervención estatal. Mientras tanto, los funcionarios públicos siempre tienen obras que realizar, apoyados y fomentados por el gobierno que las encarga.
En otras palabras, el Estado puede emplear a muchos ciudadanos mediante contratación pública y burocracia sin que esto produzca riqueza real. La finalidad de toda la intervención estatal en la economía no es generar riqueza o competir con otras empresas en la provisión de bienes y servicios de calidad; la finalidad de la intervención estatal es simplemente la generación de empleo.
Y la generación de empleo estatal o de contratación pública no es barata, debe costearse de alguna forma. Ahí es donde entran los impuestos y la recaudación fiscal: se debe exigir a quienes sí generan riqueza que entreguen, bajo presión y coerción punitiva, parte de sus ganancias para costear el funcionamiento del Estado y sus programas.
Sin embargo, ambos conceptos, el empleo de iniciativa estatal y la recaudación fiscal que la costea, acarrean consecuencias contraproducentes con su aplicación. La primera no genera riqueza y la segunda la sustrae de quienes sí la generan, reduciendo netamente la riqueza producida de manera general.
Es de esa manera que resulta paradójico que un desempleado que administra los recursos de su pareja —por ejemplo, una madre de familia— genere más riqueza administrando los recursos que provee su pareja, invirtiéndolos en el bienestar familiar —como puede ser educación privada, la adquisición de un vehículo o una alimentación más saludable—, de lo que podría generar cualquier persona empleada por el Estado dentro del aparato de agresión institucional denominado burocracia y del teatro jurídico que consiste en la contratación pública.
El burócrata no solo no genera riqueza, sino que impide la generación de esta, mediante interminable papeleo e ineficiencia. El contratista público, en cambio, mediante nepotismo y vínculos personales, accede al recurso estatal, lo derrocha, se enriquece con sobreprecios e incluso participa dentro de las tramas de corrupción que se financian con dinero de los contribuyentes.
Dicho esto, quiero aclarar que esta no es una crítica a profesiones y profesionales que "no producen nada". Ciertamente no puede serlo porque todas las profesiones producen algo, incluso aquellas como la mía, la jurisprudencia, que existen para resolver problemas ajenos en base al derecho y la justicia y que no producen más riqueza que la que puedan ganar con un servicio buen remunerado por los clientes.
Esto es una crítica al sistema de pensamiento que se ha implantado en la mentalidad de las personas y de los académicos, que inocente y mediocremente, insisten que una buena economía es aquella que "genera empleo". Este sistema ha olvidado que la riqueza de las naciones no se produce con empleo simplemente, se produce con la transformación de recursos materiales, intelectuales y físicos en productos con un valor determinado por su escasez y su demanda.
Economistas prestigiosos como Eugen Böhm-Bawerk, en su Crítica al Socialismo, y Friedrich August Hayek, en su Cálculo Económico, han explicado más de una vez el problema con esta corriente de pensamiento. En definitiva, lo que permite que las naciones se desarrollen es la riqueza que generan, no que tengan índices de pleno empleo con todos los ciudadanos trabajando para el Estado sin producir absolutamente nada.
La iniciativa privada más allá del capitalismo y el socialismo
Asimismo, la evidencia histórica permite demostrar la relación entre pleno empleo, pobreza y subdesarrollo.
Estados Unidos se ha destacado a lo largo de los años por priorizar la participación del sector privado en la economía, razón por la cual su producto interno bruto (PIB) creció de $550 millones a $20 billones en 60 años. En la actualidad, 3,8% de la población está desempleada y 15,8% empleada por el Estado. Además, de acuerdo con el Índice Global de Emprendimiento, cerca de 88 ciudadanos por cada 100 son empresarios de alguna forma —ya sea como profesionales independientes o como dueños de una compañía con más empleados—.
En contraste, el régimen dictatorial cubano ha intervenido la economía en prácticamente todos los ámbitos de la sociedad. La economía de la isla apenas creció de $6 millones a $96 millones en 60 años y su tasa de desempleo actual es de 1,7%. Su sector público es el más grande del mundo, con 77% de la población. El Índice Global de Emprendimiento, que utiliza datos oficiales, menciona que solamente 15 de cada 100 cubanos operan una actividad económica propia. Sin embargo, otros estudios han identificado que más de 60% de la población cubana ha emprendido dentro del mercado negro, proveyendo bienes y servicios que el Estado prohíbe o no entrega a los ciudadanos.
La relación es clara: a mayor emprendimiento y menor empleo estatal, existe mayor crecimiento económico. Por lo tanto, nuestra decisión, como ciudadanos que deseamos el desarrollo de nuestra nación, está entre ser una sociedad con pleno empleo y pobreza o una sociedad con cultura emprendedora que genere plazas de empleo valiosas y riqueza.