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Las 5 herencias del paro nacional


Tras casi dos semanas de protestas, aparenta haber paz

Alguna vez leí que la paz no es más que la tensa calma entre batallas. Quién sabe en realidad qué vivimos ahora, luego de que los días perdidos por las manifestaciones y el vandalismo se tiñeron de pacíficos.

De estos días, queda un legado, una serie de incoherencias que nos hacen cuestionar el futuro de la nación. Los comentarios y previsiones de distintos perfiles de opinión son poco optimistas, y ni el Estado, ni la sociedad civil parecen ponderar las consecuencias de los eventos acontecidos.

Nos quedan, de esto, 5 puntos de discusión, cinco herencias del paro:

1. La decadente economía en auge

El estado actual de la economía ecuatoriana puede resumirse en la fábula del perro del hortelano. Es decir, no come ni deja comer.

Desde el gobierno socialista de Rafael Correa, acarreamos una enorme deuda que supera al mandato constitucional y que ha comprometido la producción petrolera a China hasta 2024. Además, Ecuador sufrió una fuerte fuga de fondos por corrupción y coimas para contratación pública que terminó en los bolsillos de antiguos funcionarios, ahora exiliados o prófugos de la justicia.

Este es el contexto que impulsó al presidente Lenín Moreno a adoptar las mal llamadas "medidas neoliberales", ajustes económicos de recesión diseñados por el FMI para fortalecer la economía ecuatoriana. En términos precisos, esta reforma fortalecería al Estado en su rol keynesiano de recaudador de impuestos, para luego desembolsar ese dinero en forma de gasto público dirigido al "pleno empleo". Esto le permite recibir un miserable crédito destinado a pagar —sí, así es— la deuda china.

Una de las medidas de austeridad era la eliminación de subsidios a combustibles, ciertamente razonable, dado que el subsidio —que debería ser una medida temporal— lleva 40 años representando un significativo gasto estatal. La respuesta violenta a la misma evidencia que más allá de dependencia y oportunismo, la política de subvención no genera rédito alguno.

Los contrabandistas y grupos criminales, sin embargo, sí se benefician del bajo costo de los combustibles. A pesar de no haber cifras oficiales, estudios recientes indican que este negocio produce al menos $400 millones anuales.

Los 12 días de paro, llevado a cabo por sindicatos y el movimiento indígena, deja atrapado al país en su problema histórico. Se deroga el paquete de medidas económicas, se mantienen las políticas proteccionistas y no existen los recursos para cubrirlas.

Además, la actividad productiva y comercial ecuatoriana se detuvo durante el paro. Las estimaciones de pérdidas totales por las industrias afectadas van desde $1.600 millones a $2.500 millones. Los profesionales independientes, las pequeñas y medianas empresas y los comerciantes informales también perdieron, por el miedo de operar en tales condiciones de violencia e inseguridad.

2. El pacífico vandalismo

La segunda contradicción es el nivel de violencia al que escaló el paro supuestamente pacífico. Muchas personas han declarado no haber visto un conflicto de tal dimensión, particularmente la alcanzada en la ciudad de Quito, en toda su vida.

La protesta pacífica de los pueblos indígenas tuvo entre sus filas a miembros de este mismo colectivo ocasionando daños a vehículos y árboles de la capital. Además, hubo grupos infiltrados de agitadores, saboteadores, saqueadores, vándalos y delincuentes que aprovecharon el tumulto y la muchedumbre. Iniciaron ataques coordinados y dirigidos a objetivos determinados, respondiendo a intereses de grupos políticos y delictivos cuya participación ahora solo resulta obvia.

La Conaie, frente de indígenas más visible dentro de la protesta, ha insistido con vehemencia que su actuación fue pacífica de acuerdo con lo establecido en la Constitución. Sin embargo, al menos acogieron, dentro de su masa de manifestantes, a delincuentes que quemaron edificios públicos, asediaron la Asamblea, atacaron instalaciones de medios de comunicación y destruyeron calles y patrimonio de la capital. Los daños acumulan casi $2 millones.

Además, hubo saqueos en Guayaquil, luego en Ambato y Quito. Esta actitud y otras formas de violencia contra la propiedad privada se replicaron a lo largo del territorio nacional.

No será raro oír una variante de la falacia de la ventana rota tras estos eventos, dónde se insista que el paro va a fomentar la economía nacional por las reparaciones de los destrozos. Ciertamente, será el mismo razonamiento que fue el que se implantó para justificar el mantenimiento de los subsidios a combustibles, es decir, más de lo mismo, y el estancamiento no se detiene.

3. Entre el feriado, el aislamiento y el ostracismo turístico

Quizá la coincidencia es grande, quizá se comunicó las reformas extemporáneamente, o quizá fue simple sincronía, pero el paro se dio en un momento clave para el turismo nacional y llegó para hundirlo.

La celebración de la independencia de Guayaquil es un feriado nacional que cae el 9 de octubre y, por ley, se traslada al fin de semana. El puente vacacional es una oportunidad para los mercados turísticos nacionales e internacionales, que convocan a la costa y a la ciudad porteña a miles de turistas.

El paro no permitió vender a Guayaquil, ni al país entero, como destino turístico. En el exterior, los problemas sociales nos llevaron a las pantallas, pero solamente para ocasionar miedo, cancelaciones de vuelos y reservas hoteleras hasta junio del próximo año.

El paro no hizo más que aislar al país en un mercado que despegaba y a las ciudades, en sus propios cosmos. El estado de violencia, asimismo, dejó al Ecuador como un país no apto para el turismo en listas internacionales, golpeando no solo a la industria turística en ese momento, pero dañando la frágil reputación que se había forjado por años.

4. La izquierda multicolor y el débil Estado ecuatoriano

Además de las consecuencias económicas del paro, este fue la plataforma perfecta para el renacimiento de una izquierda ecuatoriana, hasta ahora marcada por el recuerdo del correísmo y sus escándalos. Esta nueva izquierda ecuatoriana llega de nuevo con un discurso populista, con nuevas caras, pero con la misma intención de llenar el bolsillo de unos pocos.

En la mesa de diálogo, observamos la noche del domingo a un vulnerable frente representado por el gobierno de Moreno, sus ministros y su cúpula militar, que no estuvieron preparados para enfrentar una crisis. En el otro frente, estuvo la Confederación de Nacionalidades Indígenas, liderada por magnates amazónicos como Jaime Vargas y caciques hereditarios del movimiento como Leónidas Iza. Asumiéndose incluso —de forma irresponsable— el nombre de todos los ecuatorianos, impusieron sus caprichos y truncaron la negociación.

Esta actuación estableció a la Conaie como una nueva fuerza política de peso dentro del juego electoral. Su ala militante, el movimiento Pachacutik, y sus líderes ya se configuran como potenciales presidenciables y funcionarios electos.

Otros personajes que surgieron de esta crisis son Yaku Pérez, flamante prefecto del Azuay que —usando la misma máscara indigenista que sus colegas en paro— inició una solapada campaña para saltar a la presidencia desde su provincia, y Pablo Dávalos, ahora exasesor económico del alcalde de Quito Jorge Yunda.

El perfil de Dávalos, quien tuvo mucha presencia mediática durante la crisis e incluso participó en la mesa de negociación con la Conaie, lastimosamente recuerda al de Rafael Correa. Es un economista con estudios en la muy progresista Universidad Católica de Lovaina que difunde comentarios incendiarios sobre potencial desdolarización de la economía. Sin duda, un riesgo.

Caso aparte son los antiguos jerarcas del correísmo, como Gabriela Rivadeneira, Virgilio Hernández y Paola Pavón, que a pesar de mantener cargos públicos ahora se encuentran bajo asilo político del gobierno mexicano del socialista López Obrador y procesada por la justicia, respectivamente.

5. Una sociedad dividida en el adoctrinamiento y la libre razón

Gracias a las redes sociales, el paro fue noticia inmediata para absolutamente toda la población ecuatoriana. Las posturas políticas no tardaron en llegar a comentar y analizar los eventos en tiempo real.

Las redes sociales se volvieron un hervidero de fotos, videos, frases, publicaciones y conflictos entre la propia ciudadanía. Buscando darle sentido y aclarar los sucesos, recordaba y exponía lo aprendido o enseñando durante todos estos últimos años.

La radicalización tampoco tardó en llegar, y la división en tendencias se esclareció con misma rapidez: apoyo al gobierno, apoyo a los indígenas, apoyo al correísmo, fatalismo, federalismo, innovación política y demás.

Los acalorados debates de redes sociales perjudicaron relaciones humanas y debilitaron la confianza interpersonal. El legado es el de una sociedad conflictuada y dividida, que aún no sabe dónde ubicarse en el espectro político en un mar de opiniones virtuales.

¿Y cómo concluye, entonces, el paro?

La crisis que hemos vivido en estas últimas semanas deja un legado de incoherencias, una política polarizada, un nuevo paradigma de personajes, una sociedad dividida, una economía arrastrada por el keynesianismo y los destrozos. Las protestas nos llevan a una incertidumbre de dónde realmente venimos y hacia dónde vamos como país. Nos deja la inquietud si en realidad se ha alcanzado la paz; nos deja menos libres.

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